jueves, 16 de mayo de 2013

¿Quién saca la basura?

¿Quién saca la basura?

Me pregunto cómo diablos mis hermanas consiguen desaparecer siempre que toca sacar la basura. Hace un momento estaban pegando chillidos, y en cuanto ese indignado '¡Que alguien vaya a tirar la basuraaa!' ha salido de la boca de mi madre, se ha hecho el silencio en toda la casa.
Cinco minutos más tarde y después del tercer grito, me doy cuenta de que ese par de frescas no va a dar señales de vida. Resignada, voy hasta la cocina donde me esperan dos bolsas negras: una con papel y otra con plástico. No entiendo por qué reciclamos, con lo fácil que sería tirarlo todo en el contenedor que hay enfrente de mi casa... Pero no, tenemos que andar dos calles para separar el cartón del plástico. Pf.
Reproducción aleatoria, subo el volumen, móvil al bolsillo.
Abro la puerta que da al jardín y el calor aplastante de agosto me golpea con fuerza en la cara, no voy a volver viva a casa. Estirando bien los brazos para alejarlas lo más posible de mí, agarro cada bolsa con una mano, salgo a la calle desierta y echo a andar. Serán las cuatro de la tarde,a esta hora la gente está inundando la playa o felizmente dormida en el sofá de su casa. Doblo la esquina y me dirijo hacia el final de la calle, otra esquina más y llegaré a los contenedores.
Voy en chanclas, y el calor de la acera me está quemando los pies. Si ahora viese bolitas rodando a lo salvaje Oeste, no me extrañaría en absoluto.
Ya estoy, ¿bidón amarillo? Ahí, bolsa adentro. Miro la otra, la que tiene cartón, y levanto los ojos hacia la pequeña ranura del contenedor azul. Los que diseñan contenedores, ¿en qué piensan? Cuando tiramos 'papel y cartón' no tiramos un montón de folios de uno en uno para que quepan por ese miniespacio, ¿cómo voy a meter la bolsa entera por ahí? Tendré que abrirla y meter las cosas una por...


El rugido de un motor me hace salir de mis pensamientos. Hay un coche blanco detenido en la carretera, frente a mí. El hombre que hay dentro baja la ventanilla. Paro la música, me acerco. ¿La calle Zurbarán? Pienso. Todas las calles de esta zona son nombres de pajarracos, las de nombre de pintor... Por allí. Señalo en la dirección hacia la que se dirige el coche. Gracias. Sonríe y le devuelvo el gesto.
Retomo mi problema con el cartón, pero me vuelvo al sentir un coche que aparca. Es el mismo.
Estoy tensa, ¿por qué no se ha ido en la dirección en la que decía que iba? El tiempo parece frenarse. Se está bajando, ¿por qué se baja? Sin pensarlo cojo mi móvil, no consigo desbloquearlo. El hombre se vuelve hacia mí, da un paso. Lo observo. Estoy paralizada, sólo siento el latido agitado de mi corazón en los oídos. Otro paso hacia mí. Buenas tardes, ¿qué tal? No respondo, ¿a qué viene eso? Eres muy guapa, ¿sabes? Intento sonreír. Tengo miedo, ¿lo notará? Se acerca, me alejo. Miro por detrás de él. Su coche, la calle desierta. Mierda. ¿Cómo te llamas? No... digo mi nombre a extraños. Casi me atraganto, ha costado que esas palabras salieran de mi boca. Estoy rígida, ¿mi miedo es razonado o lo estoy exagerando todo? Eres preciosa... ¿Por qué no para de repetir éso como un loco? En su cara hay una sonrisa. Antes me parecía inocente, amable; sin embargo, ahora me paraliza. Tengo el estómago encogido, ésto es peor que montarse en una montaña rusa. Si echara a correr... Tengo miedo de que sea más rápido que yo. Otra vez su voz suave, ¿cuántos años tienes? Le he dicho que no hablo con desconocidos. Trago saliva. ¿Qué pasa, eres menor de edad? Yo también soy joven, ¿sabes? Continúa acercándose y yo sigo dando pasos de espaldas, hacia la esquina. Si llegara... Yo me llamo Raúl y tengo 30 años, ¿ves como no pasa nada? ¿Cómo te llamas tú? La mirada aguileña del hombre sigue clavada en mí. Nunca he sido histérica, ¿por qué lo estoy pasando tan mal?
Escucho un coche que aparca justo a la vuelta de la esquina, es mi oportunidad. Doy dos pasos hasta quedar visible para el vehículo y de repente, es como si alguien chasqueara los dedos e hiciera que el tiempo volviera a correr. Oigo voces de niños que corretean, también una mujer. Será su madre.
El hombre me mira, la sonrisa sustituida por una mueca de odio durante una fracción de segundo. Su cara se vuelve amable otra vez. Lo siento, ¿te has asustado? No quería darte miedo, de verdad. Ya me voy, ¿ves?
¿Por qué acaba todas las frases en preguntas, como si la loca fuese yo? Se da la vuelta, corre al coche. Sigo paralizada. Arranca, se aleja. ¿Qué ha pasado?
Sin pensarlo, echo a correr hacia casa, no me detengo ni para llamar a mi madre. Creo que nunca he hecho este camino tan rápido. Al llegar empiezo a tocar el timbre y no paro hasta que me abren.
Mierda, la matrícula. Soy estúpida. Siempre había pensado que si me pasara algo así, sería lo primero que miraría.



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